lunes, 23 de noviembre de 2020

SETENTA Y SEIS

No hay especie más anticipada, adelantada, que la de los “Creativos publicitarios”. Se trata de gigantes, de titanes, que tienen la posta, que están en la cresta de la ola, que detentan verdades universales y absolutas no solo sobre el mundo en el que vivimos, sino además, sobre mundos de los que apenas conocemos algún ínfimo detalle y sobre mundos de los que vos o yo, humildes y miserables mortales, desconocemos su existencia. Los “publicitarios” se codean con los dioses del Olimpo creando marcas, productos, servicios y un sinfín de pelotudeces que tratan de enchufarte de prepo aunque no las necesites o no las quieras ni ver en figurita porque simplemente no te sirven para nada o no te hacen falta. Ellos saben lo que a cada uno de nosotros nos puede llegar a estimular, a movilizar, a interesar. O, al menos, eso es de lo que ellos están convencidos, lo que ellos creen. 

Sí, trabajé en Publicidad. Sí, trabajé para una veintena de agencias publicitarias o agencias de comunicación – como prefieren denominarse algunas de ellas. Tanto en Buenos Aires como en Montréal. Los “Creativos” están todos cortados por la misma tijera, aunque lamentablemente tengo que admitir que los “publicitarios” canadienses son bastante más honestos que los argentinos. Al menos, todos y cada uno de ellos pagó por mis servicios. No puedo decir lo mismo de los argentos, que despilfarraron creatividad a la hora de inventar excusas para ignorar el pago de alguna que otra facturita.

Un tipo que conocí en una agencia, el que si mal no recuerdo se llamaba Julio, me hizo escuchar por primera vez “Dummy” de Portishead. En esa época, en el año 1997, andaba de acá para allá descubriendo nuevos (o viejos) sonidos, como lo vengo haciendo desde el año 86, aunque con menos dinero y más prejuicios. Lo admito: me llegó tarde el interés por este discazo. Pero, me tengo que defender un poquito. No te olvides que yo siempre estuve más inclinado al sonido guitarrero distorsionado y ruidoso, que a la música electrónica no le encuentro el sabor de la imperfección, la aspereza y la rugosidad que deleitan al punkito que llevo adentro. Quizás lo que me cautivó de este álbum fue la fusión de sonidos pulcros con otros impresentables; la agonía de la cantante al darse cuenta de que el vibrato que tanto había practicado seguía saliéndole para el culo y que a pesar de ello seguía para adelante, conteniendo una lágrima, expresando su inmenso dolor; su tempo impensablemente lento y aletargado para un disco que me habían presentado como lo que se venía en la música electrónica, género que mis preconceptos vinculaban directamente con una pista de baile repleta de gente moviéndose como loca y sin respiro. En fin, creo que fue la única vez que el mágico mundo de la publicidad me sorprendió positivamente, presentándome una veta sonora que hasta ese momento no había explorado. 


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