¿Para qué reprimir el impulso irrefrenable del gasto innecesario en objetos suntuarios de dudosa vida útil vinculados a los caprichos del efímero instante del deseo satisfecho? “Moderation is a fatal thing (…). Nothing succeeds like excess.” Hizo decir Oscar Wilde, allá por el siglo XIX, a uno de sus personajes en su obra de teatro “A Woman of No Importance.” Sin saberlo, sin siquiera haber leído su texto, al comenzar a coleccionar discos, le hice caso. ¡Vaya que le hice caso! Una colección de más de 7.000 ítems avalan mis excesos. Tené en cuenta que se trata tan solo de un cálculo aproximado en el que no he agregado los títulos incluídos en la enorme cantidad de box-sets que poseo, los que al desglosarse sumarían una considerable cantidad de artículos adicionales a mi aprovisionamiento musical.
Algunos basan su relación con la vida en el aforismo “lo bueno, si breve, dos veces bueno,” buscan el minimalismo, la síntesis, la depuración a lo estrictamente necesario; yo busco la acumulación desmedida sin ningún tipo de límite. Al poco tiempo de haber regresado de Montréal, una persona muy entrometida y bastante estrecha me cuestionó la necesidad de poseer tantas guitarras, tantos instrumentos de música. La necesidad de poseer tantos discos. Esgrimía como argumento la imposibilidad de utilizar más de uno de estos objetos a la vez. La imposibilidad de escuchar más de un disco a la vez. Acto seguido, esta persona tan insensata insistió incansablemente en que sería una buena idea que vendiera algún instrumento, algunos discos. Craso error. Como te imaginarás, después de cierta edad, cuando algún energúmeno e incauto manipulador sin carisma incurre en la imprudencia imperdonable de sugerir que lo que uno ha atesorado durante más de 40 años con grandes esfuerzos es demasiado, hay que mandarlo bien a la mierda, sin tapujos y listo. Y bueno, che. Soy consumista, me gusta coleccionar, es mi pasión… Demasiadas explicaciones. ¡Chito! ¡Qué te metés!
Hace un tiempo encontré una cita atribuida al semiólogo, filósofo y escritor italiano Umberto Eco. Decía que “es una tontería pensar que tienes que leer todos los libros que compras, así como es una tontería criticar a quienes compran más libros de los que jamás podrán leer. Sería como decir que debes usar todos los cubiertos, vasos, destornilladores o brocas que compraste antes de comprar nuevos. Hay cosas en la vida que necesitamos tener en abundancia, aunque solo usemos una pequeña porción.” Me pareció genial porque si cada vez que aparece la palabra “libros” la reemplazáramos por la palabra “discos”, se adaptaría con precisión a mi realidad. ¡Era un fenómeno este tipo! Es la respuesta justa y precisa que hay que darle a los sermoneadores seriales que no dejan de entrometerse en nuestra opípara vida de coleccionistas (de discos).
Por otro lado, el interés por el arte se puede entender como la voluntad de reemplazo de cualquier tipo de práctica religiosa. Para muchos de los coleccionistas, el objeto de culto es justamente la propia colección, la que en el caso de los que coleccionamos discos de música tiene una íntima conexión con varias expresiones artísticas, lo que nos hace ser devotos empedernidos de otros tipos de deidades. Contrariamente a lo que proponen muchas creencias religiosas que basan su dogma en la austeridad y la pobreza, el coleccionismo se basa en la exageración y la abundancia. Resulta interesante ver cómo Denis Diderot en su obra “Jacques le fataliste et son maître” presenta un crítica filosamente filosófica a los preceptos de moderación propuestos por la iglesia católica, los que podrían haber sido atribuidos también a cualquier otro culto existente, claro. ¿Quiénes son estos ñatos para exigirte que no poseas ataduras terrenales a tus objetos de deseo? ¿Quiénes son para exigirte aceptar la carencia de algo que tanto te gusta? ¿Quiénes son para insistir en adoctrinarte para que te contentes con lo que ellos consideran lo estrictamente necesario? Yo quiero más, mucho más. ¿No sé vos? Seguramente unos cuantos de estos tiranos inquisidores, aunque pregonen lo contrario, están siempre deseosos de grandes fastuosidades. Hay que aprender a acorralar a la hipocresía: “supporter l’indigence quand on y est né, c’est ce qu’une multitude d’hommes savent faire; mais passer de l’opulence au plus étroit nécessaire, s’en contenter, y trouver la félicité, c’est ce que je ne comprends pas. Voilà à quoi sert la religion.” Cada uno encuentra su credo. En el mío están permitidas la Codicia, la Envidia, la Idolatría, la Insensatez, la Gula y seguramente algunas más con las que tendrías asegurado algún lugarcito en el mismísimo infierno. Acumular, almacenar, amontonar, apilar, juntar o simplemente coleccionar. Eso es lo que muchos de nosotros hacemos. Y nos gusta hacerlo, a pesar de los sermones de los cautos, de los prudentes, de los medidos, de los aburridos. ¡Aguante la exageración!
¿Por qué me decidí a coleccionar discos? “I loved the noise.” Tal como gritaba Peter Hammill, me gusta el sonido, me gustan los ruidos. Un disco es la mejor manera de almacenar esos ruidos y de poder recurrir a ellos a tu antojo. Además, coleccionar discos es casi como coleccionar figuritas. Conseguir completar la discografía de un artista da la misma satisfacción que conseguir la última figurita con la que llenás el álbum. Quizás sea por las imágenes, las fotos, las portadas, los colores, los elementos de los embalajes. El valor agregado que le da la gráfica a los discos es innegable. Lo tangible, lo físico, lo visual, lo efímero de los materiales. Todo eso es un plus para la música. Muchos álbumes geniales pierden puntos y se perjudica su impacto en el oyente a causa de una portada mal escogida que no ayuda a realzar la promesa de una experiencia artística intangible que se completa gracias a lo que nos muestran las imágenes que envuelven al objeto que materializa dicha experiencia. El elemento visual debe aprovecharse a modo de anticipación, de preparación, para predisponer positivamente al que va a escuchar esa música, para que ese momento se transforme en algo mágico, único e inolvidable.
Cuando algún salame insinúa que tiene una inmensa colección de música en su celular, en una USB en un disco rígido o en su computadora, esbozo una sonrisa. Jamás voy a coleccionar MP3, es una estupidez. ¿Qué sentido tiene ver una lista de los nombres de la música disponible en tu colección en una pantallita? ¿No es más lindo vestir los muros de tu casa con frondosas estanterías repletas de los discos que has atesorado durante años, abarrotadas de artículos – a veces ordenados, otras no tanto, aprovechando hasta el más mínimo espacio para seguir acumulando más discos, con una leve capa de polvo que te obliga a pasar de vez en cuando un trapito mientras vas leyendo los lomos de cada uno de estos objetos que te remiten a vivencias, que te traen recuerdos, rostros de amigos, experiencias, emociones, sinsabores, anécdotas, que de otra manera habrían permanecido en el olvido? Esos objetos, que para algún desamorado sin pasiones son la mera combinación de papel y plástico, trazan y delinean la historia de tu vida mejor que nada en el mundo. Esas estanterías desbordantes representan con exactitud el sueño del pibe. Ningún disco está demás, cada uno cuenta una historia, cada uno representa un momento preciso de tu vida. Desvincularse de alguno de estos instantes en el tiempo significaría perder una parte de vos, decidir dejar de ser vos mismo.
Para finalizar, tomo una vez más una frase que el punzante Oscar Wilde escribiera en su obra de teatro “Lady Windermere’s Fan,” en la que delinea con astucia el malestar que el coleccionista debe padecer en cada uno de los pasos que da para satisfacer sus ansias por completar una colección que le trae tanto tragos amargos como recompensas. Presenta las dos caras de una misma moneda que pareciera nunca favorecernos por completo con su resultado: “In this world there are two tragedies. One is not getting what one wants, and the other is getting it.”



















