martes, 12 de mayo de 2020

DIEZ

Durante la escuela secundaria, pasaba los veranos en el club. Entre la pileta, las canchas de tenis y algún que otro partido de basket, me había hecho amigo de unos pibes un poco más grandes que yo que andaban en skate. Se hacían llamar los Skate´s Mutants (quizás les deba una parte del nombre de mi futuro grupo MUTANTES MELANCÓLICOS). Eran buenos chicos, aunque en aquella época, en el año 1988, sus ropas andrajosas, jeans desflecados y zapatillas rotas los hacían parecer más malos de lo que en realidad eran. Ellos me presentaron a los Dead Kennedys, a los Clash, a los Sex Pistols y seguramente a algún otro grupete punk. Recuerdo que un día, antes de ir al club, pasé por la disquería Abraxas y me compré dos discos: “Prayers on Fire” y “Junkyard”, de Birthday Party. Mis amigos no los conocían hasta ese momento. Cuando los escucharon casi se mueren. No entendían nada. Claro, mi gusto musical había empezado a apartarse del sendero de lo previsible. Había encontrado en esos dos álbumes, que no podía dejar de escuchar mientras mi vieja me llamaba para comer el churrasco que me había servido para la cena, un sonido corrosivamente inesperado, unas canciones tan poco amigables que me cautivaban, una música diferente que trazaría mi camino para siempre. Nunca podré negar lo que siento por esos dos discos: son los únicos vinilos que conservo desde mi adolescencia y, además, tengo dos copias de cada uno en CD.



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