Varias veces me han regalado CDs para mi cumpleaños, obvio. Es genial porque gracias a esos presentes he incluido en mi colección títulos que no había pensado en comprar y, finalmente, han provocado efectos muy positivos en mí. Lo inesperado abre puertas y devuelve la sonrisa vinculada a la sorpresa. Me vienen a la memoria un par de discos que me regaló mi amigo Omar. Por las fechas de publicación de estos álbumes, estimo que primero recibí “Evergreen” de Echo & the Bunnymen y al año siguiente “Punishing Kiss” de Ute Lemper. Dos revelaciones, aunque de diferente índole. La alemana, interpretando temas que varios de mis cantautores favoritos por aquel entonces le habían escrito a su medida, me introdujo un poco más en el mundo de Neil Hannon, líder del proyecto The Divine Comedy, invitándome a profundizar mucho más en su discografía pues se trataba de un cantante fabuloso. Con el de los Bunnymen pasó algo distinto. A ellos ya los conocía y los respetaba. En realidad, me fascinaban. Había tenido todos sus álbumes en vinilo hasta el álbum gris y cuando mi bandeja se estropeó, al decidir cambiar de tecnología comprando un CD player, tuve que sacrificar algunos de mis intereses musicales por no disponer de dinero suficiente para reponer todos los títulos que me gustaban en el nuevo formato. Por lo tanto, lo que se produjo al recibir este magnífico regalo fue una especie de reconciliación o de reencuentro con un viejo amor. Cuando vi el disco me estremecí y recordé los temas que más me gustaban de este grupazo. Canciones que, para ese entonces, había escuchado por última vez a principios de los años ´90. Cuando empezaron a sonar los primeros acordes, la emoción fue aún más profunda. En ese momento me quedó más que claro que donde hubo fuego cenizas habían quedado pues no pude hacer otra cosa que salir corriendo a Musimundo para comprar todos y cada uno de sus álbumes anteriores en CD. Discos de los que me he separado solamente en el momento en el que conseguí versiones remasterizadas, con temas adicionales, con una cajita externa tan bonita como difícil de sacar y libritos con fotos que nunca antes había visto.
martes, 3 de noviembre de 2020
lunes, 2 de noviembre de 2020
SETENTA Y TRES
Es muy raro que compre revistas de música. Sin embargo, cuando veo algún tipo de publicación de esas que ofrecen gratuitamente en los comercios, las agarro a todas. No sé si sea por ciruja o por curioso. Lo cierto es que pocas veces, después de hojear estas revistitas, folletines o periódicos, mi curiosidad se ve movilizada y estimulada por algún comentario, alguna imagen. A pesar de eso, insisto y sigo recolectándolas, aunque al poco rato terminen en el tacho de reciclaje.
Como a todo el mundo le pasa, los hábitos me acompañan a donde quiera que vaya: cuando estuve en New York me hice un festín y recolecté cuanto pasquín se me cruzaba. En uno de ellos, me sedujo el comentario de un disco que estaba por salir. Desafortunadamente, la fecha de publicación anunciada coincidía con la fecha de mi vuelo de regreso a Buenos Aires, evidentemente, no iba a posponer mi viaje para comprarme un disquito. La opción más viable fue la de arrancar la página de la revista para no olvidar ni el nombre del artista ni el título de su disco.
Cuando llegué a casa, pasé por la galería Bond Street y en una de esas disquerías del subsuelo les mostré el recorte que había guardado celosamente y les pregunté si ellos traían discos por encargo. ¡Lo que tuve que sufrir! ¡Cómo se burló de mí ese disquero cuando se dio cuenta de que le estaba pidiendo un disco de country! Claro, a mediados de los años 90 todavía se sentían los coletazos del podrido indie grunge – o como se llame – y mucha gente no lograba salir de su hipnotismo pensando que se trataba de un regreso ansiado y definitivo, de la resurrección del rock. Nada más errado. El rock de verdad permanece sepultado desde que se convirtió en una moda masiva que aprovecha las nuevas tecnologías para pulir sus asperezas.
Volviendo al fantástico “The Mysterious Tale of How I Shouted Wrong-Eyed Jesus” de Jim White – ese es el álbum que buscaba, quizás se deba admitir que se trata un disco de música country, aunque un poquito bizarra y trastocada. Aunque el disco es genial, no es el tema de mi historia. Lo que quiero destacar es que este disquero, que tanto se rió de mí, tuvo a disposición de su clientela, exhibido en su anaquel mejor ubicado, un ejemplar del álbum del señor White hasta que bajó definitivamente la persiana de su mugrosa disquería. Además, le había pegado una etiquetita en la que alababa las bondades de esta obra maestra y la recomendaba con devoción. Vaya paradoja. Al final, este tipejo nunca me agradeció ni el consejo ni la visión que le deben haber permitido lucrar con la venta de varios ejemplares de este álbum. ¿Quién había visto la luz?
domingo, 1 de noviembre de 2020
SETENTA Y DOS
Algunos dicen que el arte no da de comer, no paga, no da guita. Otros que el arte no alimenta sino que nutre. Algunos dicen que el arte da de comer solo a algunos y sobre todo a aquellos con buenas conexiones y buenos contactos. A lo que otros agregan que el arte da de comer solo en algunas zonas del planeta, quizás en aquellas que se autodenominan “Primer Mundo”. Otros establecen una relación directa entre las cualidades creativas y el padecimiento, el sufrimiento, el malestar, el hambre. Los más lúcidos esperan que el arte nunca sea remunerado para que no se transforme en una obligación, en una rutina, en un trabajo.
Cuando cumplí veinticinco, recibí como regalo de cumpleaños “Murmur” de R.E.M. en una edición remasterizada y con temas adicionales. Lindo regalo. Inesperado. Hasta ese momento solo tenía “Green”, aunque también conocía otros de sus álbumes y me gustaban. Este grupo siempre me cayó muy bien a pesar de ser bastante masivo. Siempre sostuve que eran unos tipos muy respetables. No creo que se hayan vendido, como se dice vulgarmente de algunos otros. Pienso que cuando la obra de un artista es aceptada y reconocida masivamente, se piensa que el artista empieza a perder algo de lo que se requiere para que sea considerado un verdadero artista y no creo que estos tipos hayan perdido nada a lo largo de su carrera, aunque hay que reconocer que han tenido altos y bajos.
Decía que pienso que un artista debería observar desde los márgenes para proponer algo novedoso, diferente, hasta visionario, que ofrezca a la gente puntos de vista alternativos que le permitan coexistir con la monotonía al abrirle puertas inesperadas para escapar de las garras del tedio, de lo previsto, de lo prefabricado, del molde al que las sociedades modernas intentan que cada uno de sus miembros se adapte. ¿Mostré la hilacha? ¿No será demasiado? Quizás pensar en estas cosas sea profundizar en un análisis que no merece tanta vuelta. No es grave que a uno le gusten también expresiones artísticas de esas a las que los intelectuales consideran mediocres o de poco vuelo. Si asumo, además, que los intelectuales me parecen tan pelotudos como los que consumen “cultura de masa enlatada”, tengo derecho a haberme decidido a comprar todos y cada uno de los títulos remasterizados y con temas adicionales de la primera época de este grupo que tanto me gusta y que, además, pienso que está por encima de cualquier moda y de cualquier producto fabricado en serie. Es verdad, no puedo ser objetivo. Por otro lado, nunca sabremos si “Dead Letter Office”, “Reckoning”, “Fables of the Reconstruction / Reconstruction of the Fables”, “Lifes Rich Pageant” o “Document” pueden ser considerados como obras maestras del arte universal. Sin embargo, hay que admitir que contienen una buena cantidad de lindas canciones. De esas que logran perdurar en el tiempo sin remitirnos a un momento específico sino que pareciera que están allí desde siempre y se hace difícil concebir un momento en el que no hayan existido. ¿Será eso lo que se define como “clásico”?
Finalmente, a estos pibes no les fue nada mal: hicieron música de calidad, hicieron un billete y se retiraron en el momento oportuno para no hacer papelones.
sábado, 31 de octubre de 2020
SETENTA Y UNO
Después de haber grabado y publicado el álbum “Mi reloj biológico no necesita cuerda” como MUTANTES MELANCÓLICOS, seguí trabajando sobre canciones nuevas aunque sin rumbo fijo. Algunas con piano, otras con guitarras limpias y sin solos demoledores. Con ritmos menos cruzados o con arreglos prefijados. Unas largas, otras más cortas. Sin estribillo, con. Buscando la inspiración por donde pudiera encontrarla.
Para cada uno de mis álbumes trato de fijar un rumbo, una idea, un concepto, antes de comenzar a escribir y a grabar nuevo material. Algo que defina el nuevo desafío. Sin embargo, en esa época, las grabaciones tenían otro propósito. En mi álbum “Malditos, errantes, marginales, desplazados, olvidados, abandonados” incluí la mayoría de las ideas que me permitieron decidir y definir el nuevo rumbo que tomaría mi música. Son canciones que me sirvieron para delinear el estilo que exploraría en NO:ID., con mi amigo Omar y con unos cuantos amigotes más que nos ayudaron a darle forma al que considero mi proyecto de música pop, desde 1999 hasta 2003.
Recuerdo que en 1995 ó 1996 había comprado un E-BOW, un electroimán que hace vibrar la cuerda de la guitarra a la que lo acercás y genera una nota interminable, un aparatito genial. También había conseguido un mini-amplificador para la guitarra con un nombre tan extraño como el sonido que produce. Imaginate que la perilla de volumen es una nariz de chancho. Como no podía ser de otra manera, se llama PIGNOSE. Obvio, el sonido que produce es tan sucio como un apestoso chiquero. Además, finalmente había comprado un SLIDE en una casa de música para dejar de usar el porta rollo de papel higiénico metálico que me había sustraído de un baño de una heladería de Pinamar y que había recortado para poder calzarlo en mi dedo y deslizarlo sobre las cuerdas de mi guitarra. Sé en lo que estás pensando. Claro que sí, lo higienicé concienzudamente antes de destinarlo a su nueva profesión. Con estos tres nuevos ingredientes, algunas premisas sobre la simpleza de la canción de fogón y la economía de recursos sonoros que requería mi nuevo proyecto, senté las bases de una forma de hacer música que me permitió grabar más de treinta canciones, muchas de las cuales considero memorables.
viernes, 30 de octubre de 2020
SETENTA
¡Qué nombre artístico se fue a inventar este flaco! Lo conocí cuando compré el primer álbum de These Immortal Souls y me gustó su estilo al tocar y el sonido de su batería. Un día, vi en la vidriera de Oíd Mortales su álbum “Change My Life”. Lo cambié por algo o lo compré, no recuerdo. Lo cierto es que me gustaron sus canciones simples y su música despojada y todavía lo tengo. Luego, intenté comprar a través de Amazon sus otros dos álbumes: “Sleeping Star” y “Rise Above”, porque me había enterado de que Rowland S. Howard tocaba la guitarra en algunos temas. Como podía fallar, falló y los discos nunca me llegaron. La verdad es que no tuve mucho tiempo para lamentarme porque el primero lo conseguí en Abraxas, unos meses más tarde, mientras miraba la batea de las ofertas, y el otro, un par de años más tarde, cuando vivía en Montréal, se lo encargué a los muchachos de Atom Heart y me lo consiguieron sin mucho trámite.
Aquí no terminan mis aventuras (o desventuras) para conseguir los álbumes del difunto Epic Soundtracks. De alguna manera, en Canadá, me enteré de la existencia de un compilado llamado “Everything Is Temporary”. Lamentablemente, no aparecía en ninguno de los catálogos que Raymond y Francis consultaban por lo que era imposible encargarlo a través de la disquería de la calle Sherbrooke Est. Una auténtica rareza.
Como te podrás imaginar, nunca he limitado mis compras de discos a una sola disquería. Me atrevo a asegurar que mientras viví en Montréal compré al menos un disco en cada una de las disquerías que existían en la ciudad. Además, nunca me rendí ante los malos presagios a la hora de preguntar por la disponibilidad de un disco. Si me dicen: está descatalogado, es de importación, es una edición limitada, nunca lo reeditaron; para mí no significa que no se pueda conseguir, e insisto en la búsqueda. Quizás eso sea lo más divertido, lo que le asigna un verdadero y auténtico valor a cada disco: el tiempo que uno le dedica a revolver entre pilas de discos y más discos para obtener como recompensa aquél que uno pensaba inconseguible.
Un día que visitaba La Bouquinerie du Plateau sobre la calle Mont-Royal Est, encontré este compilado fantasma de este muchachito. Para ese entonces, también me había enterado de que era el hermanito menor de Nikki Sudden, lo que acrecentaba un poco más mi respeto por su música y mi alegría al ver ese álbum por primera vez en vivo y en directo. No te apresures, no festejes tanto... Para alimentar aún más la mística de este CD, cuando llegué a mi departamento y lo puse en el reproductor. El único sonido que logré extraerle fue el de la bandeja girando. Subí el volumen. Toqué los cables. Los de los parlantes y los RCA. Nada. Mutis por el foro. No se me ocurrió otra idea mejor que la de insertarlo en el equipo de DVD para confirmar que la causa del inconveniente no era el reproductor de discos. Instantáneamente, al prender la televisión, no solo confirmé que el equipo de audio funcionaba a la perfección sino que también confirmé que sería imposible que pudiera reproducir ese disco porque no se trataba de un disco de música sino de una película: en la pantalla pude ver las imágenes de algún ignoto largometraje asiático que al no haber estado traducido ni subtitulado nunca pude identificar. Miré el disco por delante y por detrás. Las láminas no mostraban signos de falsificación. El estampado del CD era perfecto y coincidía con el álbum que yo esperaba escuchar. Pero nada. El contenido era otro. Si todo esto te parece difícil de creer, dame un poquito más de crédito y creeme un poquito más porque en el negocio me devolvieron la guita sin chistar cuando les expliqué lo que había sucedido. Se reían, claro, pero recuperé mi dinero.
Años más tarde, en alguna de mis salidas en bicicleta de los fines de semana, pasé por Cheap Thrills en la calle Metcalfe y a que no sabés qué encontré. Sí, por segunda vez, me topaba con un ejemplar de “Everything Is Temporary”. Para asegurarme de su contenido, le pedí permiso al vendedor para escucharlo un poco con la excusa de confirmar que esa música podría gustarme. Después de tantas peripecias di con el bueno. No hay duda, este álbum tenía que estar en mi colección.
jueves, 29 de octubre de 2020
SESENTA Y NUEVE
Compré los discos de Simon Bonney porque se trataba del cantante de un grupo que me gustaba mucho: Crime and the City Solution. El primero de sus discos solistas, “Forever”, me satisfizo aunque sin sorprenderme, ni movilizarme. La luminosidad de la imagen de la portada, la paleta de colores, las fuentes tipográficas, me anticipaban que algo había cambiado en este muchacho. Sin embargo, en el momento en el que compré el CD no reparé en estos detalles. Desde la primera estrofa, se percibe un giro extravagante donde la intención debe haber sido pulir las asperezas de este cantante experto en el cuelgue para lograr que sus canciones pudieran entrar en un molde, sur melodías pudieran ser tarareadas y sus estribillos pudieran ser seguidos con la patita. Craso error: los productores de este álbum se olvidaron de que a la mayoría de sus fans lo que nos caía bien de este tipo eran justamente sus imperfecciones. Su tono impreciso y desolador, su métrica desencajada y volátil, sus canciones inimitables aunque angustiantes.
Cuando publicó su segundo álbum solista, “Everyman”, la foto de la portada fue un cachetazo de frescura. Me pareció una excelente imagen para la tapa de un disco de rock. Inteligente e inesperada. Atrevida y desencajada. Más allá de cualquier moda. Desprejuiciada y madura. Finalmente, de una ternura, veracidad y autenticidad que no se acostumbran a ver en un artista. ¿Qué artista se anima a sacarse la careta y mostrarse como cualquier mortal llevando una vida mundana y familiar? Con este disco impecable, este Señor (con mayúscula) terminó de conquistarme y ganó enteramente mi respeto.
martes, 13 de octubre de 2020
SESENTA Y OCHO
Por recomendación de Damián (Q.E.P.D.) de Oíd Mortales, decidí comprar los discos “I, Swinger” y “Schizophonic!” de Combustible Edison, y “The Shadow of Your Smile” y “Retrograde” de Friends of Dean Martinez. Lamentablemente, no se los compré a él, sino que lo hice en un local descomunalmente enorme de Virgin Records en New York, creo que sobre la archifamosísima calle Broadway. Era la primera vez que visitaba un emporio semejante y los destellos y las luces me encandilaron. Pero no me arrepiento de haber visitado ese sitio.
Los dos álbumes de Combustible Edison, son interesantes y los escuché una gran cantidad de veces, aunque no volví a comprar discos de este grupo hasta que los encontré de furiosa oferta en una caja que decía “tout à 2 pièces” en una disquería de Montréal que queda sobre la calle Sainte-Catherine Est, a dos cuadras de la estación Berri-UQAM. Este comercio ahora se llama “Volume Boutique Inc.”, cuando yo lo frecuentaba, allá entre el 2006 y 2008, no recuerdo.
Por el contrario, de Friends of Dean Martinez me hice fanático. Fue a Damián al que le compré sin chistar “Atardecer” y “A Place in the Sun”, discos que resultaron una excelente introducción al post-rock. Un género tan explotado desde la mitad de los años ´90 que fue lentamente cayendo en desgracia: muchos de sus representantes más interesantes lo transitaron hasta el hartazgo y quedaron atrapados en un callejón sin salida que ellos mismos se habían autoimpuesto con dogmas y premisas que fijaban los límites del género. Pura palabrería, porque al final, hay mucha música interesante que han etiquetado de esta manera. Lo triste es que al haber estado bastante de moda, fue sobreexplotado, sobredimensionado, y su lamentable caída en desgracia dejó un vacío difícil de llenar porque ahora pareciera que nadie quiere ser rotulado de esta manera. ¿Quién los entiende? Yo me quedo con todos mis discos de Friends of Dean Martinez, los que compré en New York, los que compré en Buenos Aires, los que compré en Montréal, el que afané en Montréal (porque era una versión diferente a la que yo ya tenía y venía con una tapa distinta, me gustaba, pero, no quería pagarlo), los que compré por correo, acá y allá. No me importa cómo los quieran definir, a mi, me encantan.
lunes, 12 de octubre de 2020
SESENTA Y SIETE
Instrumentación austera y limitada superposición de sonidos: ya había coqueteado con estas premisas en “Ojalá pudiera” de MUTANTES MELANCÓLICOS. A mediados de 1995 contaba con cuatro canciones para mi futuro quinto álbum. Las había escrito por encargo para una obra de teatro que lamentablemente nunca vio la luz ni salió de detrás de bambalinas. Quizás, el libreto quedó en pañales. Sin haberlo planeado, cuando me dispuse a comenzar a grabar el nuevo material, me vi obligado no solo a continuar con la filosofía de la economía de recursos que abrazaba desde comienzos de 1994, sino que, además, me vi forzado a ajustar un poco más las clavijas. No para afinar mis guitarras pues no formarían parte de la paleta de sonidos del nuevo proyecto. ¿¡Cómo!? No tuve otra opción: haciendo una maqueta para la facultad me rebané un centímetro de la yema del dedo índice de la mano izquierda, dañando por completo con grandes cantidades de sangre fresca mi trabajo universitario y dejándome temporalmente manco. Conclusión: varios meses sin poder tocar las seis cuerdas. Gracias a este impedimento, tuve que dejar fluir nuevas ideas y animarme a usarlas para “Mi reloj biológico no necesita cuerda”, mi álbum preferido. No te anticipo mucho más, escuchalo. Es el único de mis discos del que no modificaría nada si pudiera volver en el tiempo para regrabar mis obras completas. Es un disco que todavía me sorprende. Es un disco disparador de enseñanzas, aunque alguno no lo acepte y pretenda hacer de cuenta que no lo conoce. Él se lo pierde.
https://mad-ride-records.bandcamp.com/album/mi-reloj-biol-gico-no-necesita-cuerda
domingo, 11 de octubre de 2020
SESENTA Y SEIS
Mi primer contacto con los clásicos del jazz tuvo su origen en un proyecto, un trabajo práctico, para la materia Diseño Gráfico 2 de la FADU, en la UBA. Resulta que tenía que diseñar una colección de tres discos, con un packaging que los contuviera. Si mal no recuerdo, nos proponían un par de géneros musicales y me sedujo la idea de trabajar con imágenes del mundo del jazz. Esa materia la cursé en el año 1995 y aunque para muchos parezca incomprensible, no usábamos internet para conseguir fotos para nuestras maquetas porque simplemente no existía internet. Quizás existía, pero no para el vulgo. En fin, recortábamos revistas, sacábamos fotocopias de libros, en blanco y negro o en color. Aquellos con la suerte de estar más equipados, tecnológicamente hablando, podían llegar a tener un escáner. En mi caso, solamente contaba con una computadora con la que lograba editar los textos, los imprimía, los recortaba, los pegaba con las fotos sobre alguna cartulina, enmascaraba con témpera blanca y sacaba una nueva fotocopia en la que no se notaran ni los tijeretazos ni las pegatinas. No te aburro más con esta breve clase de collage y paso a lo que estaba pensando en escribir. La verdad es que yo no he comprado demasiadas revistas en mi vida, alguna Musiquero, alguna Rock & Pop, alguna Rock de Lux, alguna Cerdos & Peces, pero ninguna con fotos que pudieran servirme para este proyecto. Luego de una cena familiar en el que comenté que no contaba ni con fotografías ni con material de referencia para llevar este proyecto a buen puerto, al otro día, mi vieja se apareció con un libraco que se llama simplemente “Jazz”. Se trata de una especie de biblia para todo apasionado de este género musical. Contiene fotografías de instrumentos, de músicos, de portadas de álbumes indispensables. Este material se transformó no solo en un abrevadero para la búsqueda de inspiración para este proyecto universitario sino que es un libro que sigo consultando frecuentemente para conocer más sobre esta música. Por aquella época, también se empezó a conseguir en los kioscos de diarios “The Blue Note Collection”, una revista que venía con un CD. Compré varios títulos: “Genius Of Modern Music Volume 1” de Thelonious Monk, “The Best Of Chet Baker Sings” de Chet Baker, “Blue Train” de John Coltrane e “Intuition” de Lennie Tristano & Warne Marsh. Fueron el comienzo de mi colección de discos de jazz, solo el comienzo.
sábado, 10 de octubre de 2020
SESENTA Y CINCO
Después de mucho escuchar a Siouxsie and the Banshees, había perdido el interés por escuchar grupos en los que cantaran chicas. Fueron pocos los álbumes que compré en los años 90 donde la voz líder fuera femenina. La que me hizo cambiar un poco de opinión fue Lydia Lunch, gracias a “Honeymoon in Red” e “Hysterie”. Sin embargo, un poco reticente y esquivo, me costó decidirme a profundizar aún más en su discografía, y lo mal que hacía. Recuerdo que en el parque Rivadavia un flaco tenía en venta “Stinkfist”, un EP en el que participan J.G. Thirlwell – más conocido como Foetus – y Thurston Moore de Sonic Youth. Una perla que agradezco haber incluido en mi colección. Sin embargo, en el momento en el que vi el CD, dudé y me pregunté, varias veces, si era una buena idea comprar otro disco de esta mina. Me pasó lo mismo con “Queen of Siam”, “13.13” y “Shotgun Wedding”, tres álbumes que Wilfredo, un fanático empedernido de Siouxsie no paraba de mencionar y emparentar con aquella “anciana vaca tonta”. Que Lydia de acá, que Lydia de allá; al final me convenció y accedí a dilapidar mis últimos manguitos en esos tres discazos. Con el tiempo, comprendí que lo mágico de esta mujer no era ofrecer una música similar a la de Siouxsie. Con extrema habilidad, Lydia, al codearse y rodearse de músicos diferentes, aprovecha las bondades de cada instrumentista para enriquecer la propuesta de cada uno de sus álbumes. Finalmente, como rara vez en los álbumes de la famosa Lydia se repite la formación, el sonido de sus discos es siempre diferente y, para el fan, cada nuevo proyecto en el que ella se involucra termina siendo una sorpresa, generalmente grata.
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Un compañero de laburo de mi vieja que escuchaba mucha música y que sabía que yo estaba ávido de nuevos sonidos, me recomendó a Lydia Lunch....
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Sin embargo, muy a pesar de mi pronóstico, en algún momento el único programa de videos que podía ver en alguno de los cinco canales de tele...












