martes, 7 de julio de 2020

TREINTA Y TRES

Nunca fui amante de la música yanqui. Recuerdo que para algún cumpleaños, cuando estaba en la escuela primaria, un amigo de mi vieja me regaló un casete de Kiss; cuando terminé séptimo grado, fuimos a Brasil con mis padres y me compré el casete “1984” de Van Halen – sí, el del nene con el paquete de puchos en la tapa – y, cuando estaba en tercer año de la secundaria, volví a viajar a Brasil y compré el vinilo de “Licenced to Ill” de los Beastie Boys. Eso fue lo más cerca que estuve durante mi juventud de la música norteamericana. 

Un día que estaba paseando por Florida – o por Lavalle, en una de esas disquerías de mala muerte en las que vendían rezagos y ofertas, vi el disco “Green” de R.E.M. a un precio módico, bien barato. Como recordaba que mi amigo Jorge me había mencionado a ese grupo, lo llamé para comentarle sobre mi hallazgo y me pidió que si regresaba al centro, se lo comprara. Así lo hice y, ávido de nuevos sonidos, al llegar a mi casa, lo escuché. Para mi sorpresa, me gustó, y mucho. Resumiendo, no solo volví a ir a la disquería para comprarme un ejemplar para mí, sino que además, poquito a poco fui completando la discografía del grupo. No tengo ninguna rareza, ni simples, ni discos en vivo, ni nada de eso, solo los discos de estudio, pero no puedo negar que tienen muchas canciones que me gustan mucho.


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