jueves, 7 de mayo de 2020

CINCO

En algún momento, empezaron a interesarme, además de la música, las portadas de los discos. Ese interés me llevó a estudiar Diseño Gráfico en la Universidad de Buenos Aires y luego a trabajar durante al menos quince años en publicidad. Con el tiempo, creo haber desarrollado cierta habilidad que me permite, al ver la tapa y la contratapa de un disco, saber de antemano si al escucharlo me gustará o no. Cuando una portada llama mi atención, seguramente la música también lo haga. La mayoría de los discos que escuchaba durante mi adolescencia, los tenía grabados en casetes virgen, sin tapa o con alguna fotocopia en blanco y negro totalmente empastada, reducida unas cuantas veces del arte original, lo que causaba esa marcada pérdida de calidad. En esa época, no había ni fotocopiadoras color ni escáner para la computadora, de manera que cuando lograba tener en mis manos un LP, ver y tocar la tapa en su tamaño real, era deslumbrante. Era como tocar el cielo con las manos. Por suerte, algunos de los discos que más me gustaban los fui consiguiendo en vinilo, generalmente importados, porque las ediciones nacionales no eran frecuentes. Así fue con “Seventeen Seconds”, “Faith” y “Pornography” de The Cure. Tres tapas con imágenes que invitaban a soñar, o a tener pesadillas... Con esos álbumes comencé a comprender la importancia de la elección de la gráfica para la portada. Me di cuenta de que debía acompañar y enriquecer el concepto de la música que contuviera para terminar de justificar la obra. “Pornography” me sacudió, desde las imágenes fantasmales de sendas tapa y contratapa hasta el último acorde de la música. A los quince años, me parecía inexplicable cómo solamente tres tipos podían haber creado un sonido tan inmenso. Todo sonaba a reventar o a punto de hacerlo. Las guitarras y los bajos habían dejado de lado el sonido chicloso de los discos anteriores y al baterista, sea que lo habían mandado a hacer pesas, sea que lo habían amenazado de muerte si no dejaba de tocar como si su instrumento fuera de juguete y tuviera miedo de romperlo. En definitiva, salieron a destrozarlo todo. Es un disco brutal, en el que Robert Smith había dejado de sollozar y cantaba como si algo lo hubiera hecho enojar, como si hubiera tenido una bronca guardada que no aguantaba más. Todo eso es lo que hace que este disco haya resistido al paso del tiempo y que, muchos años más tarde, me haya decidido a comprarlo también en CD.


No hay comentarios:

Publicar un comentario